miércoles, 29 de diciembre de 2010
Noritah de nuevo
Papa Noel me trajo el último disco de Noritah Jones. (Gracias Juli) Consiste en la interpretación de distintos temas a cargo de nuestra querida Norah, junto a diversos músicos (algunos de una talla enorme como el caso de Ray Charles o Herbie Hancock). Si bien el disco apuesta a la diversidad, haga un recorrido amplio del country al hip hop, la tarea de los encargados de editarlo hace que no suene como un caótico “colage”, hay una uniformidad que se apoya en la voz de Noritah y criterios uniformes en lo respectivo al sonido. Norah demuestra que es una música dúctil y que es capaz de medirse con tipos grosos sin defraudar, sin renunciar al estilo que supo imponer y que nos hizo enamorarnos de ella. Porque en cada canción se respeta sus reglas artísticas; Norah es ella siempre, no traiciona su estilo sutil y delicado en pos de los géneros variados con los que debe lidiar.
El disco puede haber surgido de una estrategia de venta, pero eso no evita que esté bueno y logre momentos de calidad artística. Norah siempre es fiel a un umbral de buen gusto.
“Featuring Norah Jones” Se llama.
jueves, 23 de diciembre de 2010
No lea, vea Tinelli
En una pared de mi ciudad hay una cosigna escrita con aerosol “No lea, vea Tinelli”. Es evidente la intención humorística de la frase. Ya que leer representa el acceso al conocimiento y la cultura, Mientras que Tinelli es el opio de gran parte del pueblo argentino. La frase recurre al absurdo para provocarnos. Sería tonto pensar que quien la escribió quería que a través de una interpretación literal, se contribuyera a defender el programa de Tinelli.
Sin embargo, un amigo me dijo en una ocasión algo sensato y comprensivo “¿Qué tiene de malo que alguien que vuelve cansado de laburar todo el día se ponga a ver Tinelli para entretenerse?”
Esta opinión hizo que yo pusiera en cuestión mi anti-tinellismo militante. Sentí que había sido soberbio ¿Qué pretendía yo antes? ¿Qué las masas llegaran de laburar y se pusieran a leer Habermas?
Como si esto fuera poco, fui más allá en mis pensamientos: “No pocas veces el conocimiento nos hace infelices” “hay cosas que lamento haber aprendido” “ era más feliz con mi ingenuidad ” y lo relacioné con una frase que decía un profesor de la facu “Pensar puede ser peligroso” (Doy fe de que lo es)
De todos modos sigo sin soportar el programa de Tinelli ni dos segundos, por motivos que no tengo ganas de declarar ahora. Por suerte vuelve El Gran Hermano
Mariano
Payaso delas palabras
Sin embargo, un amigo me dijo en una ocasión algo sensato y comprensivo “¿Qué tiene de malo que alguien que vuelve cansado de laburar todo el día se ponga a ver Tinelli para entretenerse?”
Esta opinión hizo que yo pusiera en cuestión mi anti-tinellismo militante. Sentí que había sido soberbio ¿Qué pretendía yo antes? ¿Qué las masas llegaran de laburar y se pusieran a leer Habermas?
Como si esto fuera poco, fui más allá en mis pensamientos: “No pocas veces el conocimiento nos hace infelices” “hay cosas que lamento haber aprendido” “ era más feliz con mi ingenuidad ” y lo relacioné con una frase que decía un profesor de la facu “Pensar puede ser peligroso” (Doy fe de que lo es)
De todos modos sigo sin soportar el programa de Tinelli ni dos segundos, por motivos que no tengo ganas de declarar ahora. Por suerte vuelve El Gran Hermano
Mariano
Payaso delas palabras
jueves, 16 de diciembre de 2010
Seamos Normales
Por un tiempo, dejaré de escribir delirios aquí. Quiero dedicarme a hacer lo que hacen las "personas normales": hablar de futbol, mirar Tinelli o el Gran Hermano, regar las plantas, meterse en facebook, etc.
Mariano
Payaso de las palabras
Aspirante a comportarse como se debe
Mariano
Payaso de las palabras
Aspirante a comportarse como se debe
viernes, 3 de diciembre de 2010
Consagrado a la música
Un fragmento de ficción que es también un secreto homenaje para un grán músico, una persona noble y generosa que tengo el privilegio de conocer.
"Quizás a fines de 1992 conocí a Daniel, un músico académico, concertista de guitarra quien, con mente abierta, valoraba el buen pop (cuyo paradigma para él, como para tantos, eran los Beatles) al que consideraba un género capaz de lograr obras bellas - hasta complejas- a partir del concurso armonioso de un conjunto de operaciones simples. Yo estaba ensayando en uno de mis primeros grupos y él me oyó tocar el bajo y cantar. A su juicio eso representaba una destreza valiosa: los bajistas eran relativamente escasos; y pocos de ellos eran capaces de cantar afinadamente al tiempo que tocaban. “te voy a llamar para algún proyecto” me dijo aquel día.
Cuando alguien me contó lo groso que era como músico descreí de su promesa. ¿Qué podía aportarle yo a un músico académico?
Una noche de abril de 1993, Daniel me llamó por teléfono a la casa de mi madre, donde vivía yo en ese momento; era el comienzo de mi relación con él. Me invitó a su casa diciéndome que tenía una propuesta para mí. Con curiosidad me comprometí a asistir al encuentro.
Su casa era grande y de una arquitectura moderna. El estudio donde me recibió estaba lleno de instrumentos musicales, carpetas cuidadosamente ordenadas, casetes, atriles y equipos de amplificación. Sobre la mesa había unas hojas sueltas con anotaciones de una caligrafía apenas legible, dibujos y garabatos ininteligibles que con el tiempo yo llegaría a descubrir que se trataban de los esquemas con los que Daniel ordenaba su mundo.
De inmediato me sorprendió la personalidad de Daniel. Hablaba de un modo críptico, utilizando metáforas que – como llegaría a entender- no perseguían un valor poético, sino que estaban al servicio de optimizar la eficacia comunicativa del lenguaje. A través de esos recursos retóricos lograba trasmitir ideas originales y complejas o ilustrar alguna noción. “La música es como el ping pong: vos le tiras la pelotita al publico y el publico te la devuelve. Se la tiras, te la devuelve. Ahora, si el publico te tira la pelotita y vos le pegás con violencia y se la tiras a la mierda una, dos, tres veces ... eso no funciona” decía, por ejemplo, para manifestar su reprobación hacia los compositores y arregladores que en busca de la originalidad, desdeñaban los códigos, transgredían las reglas de la armonía y contrapunto con resultados oscuros, de dudoso valor. Siempre usaba este tipo de lenguaje metafórico, metonímico, un tanto difícil de desentrañar. Otro ejemplo: “vas a tomar el micro y tenés un billete de cien dólares...pero no tenés monedas: te quedás a pata” decía para ilustrar la idea de que a veces la sobreabundancia de recursos resulta estéril si uno va a encarar algo que requiere simpleza y austeridad.
Al hablar, Daniel sometía a su interlocutor a un uso del tiempo curioso y arbitrario. En medio de una frase, Daniel repentinamente callaba y extraviaba la mirada, como si súbitamente se hubiera sumergido en una profunda introspección. La pausa podía durar más de un minuto. A veces resultaba incómodo y obligaba a darle un pie para que continuara, recurso que no siempre lograba su cometido. De esta manera, era complicado mantener un diálogo fluído con Daniel; nuestras conversaciones, recordadas desde ahora eran bastante insólitas: yo me empeñaba en buscar las palabras y las frases correctas hasta caer en la petulancia; él describiendo imágenes, figuras y gestualidades estrafalarias; con sus repentinos y silenciosos trances.
A medida que lo fui conociendo terminé familiarizándome con su manera de hablar, captando sus códigos, disfrutando de su agudo sentido del humor. Aprendí a valorar toda esa extravagancia, el producto de una mente creativa e inteligente.
Estas características peculiares hacían que algunos lo consideraran "anormal", que dudaran de su sano juicio. Así de profundo piensan algunas personas "normales"... ponen una etiqueta que descalifica y continúan con sus apasionantes vidas "normales".
Si Daniel se salía de lo “normal” era, en todo caso, por ser un verdadro artista que estaba consagrado a su vocación. Tenía una enorme capacidad de trabajar y producir, era profesor del conservatorio, daba clases particulares de guitarra, se la pasaba haciendo arreglos de obras propias y originales, llevaba adelante proyectos artísticos ambiciosos. ¿Cuántas personas “normales” podían mostrarse tan sanamente prolíficos y vigorosos, tan apasionados por la actividad artística, tan creativos y estudiosos?
Daniel era, en todo caso, un tanto excéntrico y punto. Un artista auténtico y excelente"
Mariano
Payaso de las palabras
"Quizás a fines de 1992 conocí a Daniel, un músico académico, concertista de guitarra quien, con mente abierta, valoraba el buen pop (cuyo paradigma para él, como para tantos, eran los Beatles) al que consideraba un género capaz de lograr obras bellas - hasta complejas- a partir del concurso armonioso de un conjunto de operaciones simples. Yo estaba ensayando en uno de mis primeros grupos y él me oyó tocar el bajo y cantar. A su juicio eso representaba una destreza valiosa: los bajistas eran relativamente escasos; y pocos de ellos eran capaces de cantar afinadamente al tiempo que tocaban. “te voy a llamar para algún proyecto” me dijo aquel día.
Cuando alguien me contó lo groso que era como músico descreí de su promesa. ¿Qué podía aportarle yo a un músico académico?
Una noche de abril de 1993, Daniel me llamó por teléfono a la casa de mi madre, donde vivía yo en ese momento; era el comienzo de mi relación con él. Me invitó a su casa diciéndome que tenía una propuesta para mí. Con curiosidad me comprometí a asistir al encuentro.
Su casa era grande y de una arquitectura moderna. El estudio donde me recibió estaba lleno de instrumentos musicales, carpetas cuidadosamente ordenadas, casetes, atriles y equipos de amplificación. Sobre la mesa había unas hojas sueltas con anotaciones de una caligrafía apenas legible, dibujos y garabatos ininteligibles que con el tiempo yo llegaría a descubrir que se trataban de los esquemas con los que Daniel ordenaba su mundo.
De inmediato me sorprendió la personalidad de Daniel. Hablaba de un modo críptico, utilizando metáforas que – como llegaría a entender- no perseguían un valor poético, sino que estaban al servicio de optimizar la eficacia comunicativa del lenguaje. A través de esos recursos retóricos lograba trasmitir ideas originales y complejas o ilustrar alguna noción. “La música es como el ping pong: vos le tiras la pelotita al publico y el publico te la devuelve. Se la tiras, te la devuelve. Ahora, si el publico te tira la pelotita y vos le pegás con violencia y se la tiras a la mierda una, dos, tres veces ... eso no funciona” decía, por ejemplo, para manifestar su reprobación hacia los compositores y arregladores que en busca de la originalidad, desdeñaban los códigos, transgredían las reglas de la armonía y contrapunto con resultados oscuros, de dudoso valor. Siempre usaba este tipo de lenguaje metafórico, metonímico, un tanto difícil de desentrañar. Otro ejemplo: “vas a tomar el micro y tenés un billete de cien dólares...pero no tenés monedas: te quedás a pata” decía para ilustrar la idea de que a veces la sobreabundancia de recursos resulta estéril si uno va a encarar algo que requiere simpleza y austeridad.
Al hablar, Daniel sometía a su interlocutor a un uso del tiempo curioso y arbitrario. En medio de una frase, Daniel repentinamente callaba y extraviaba la mirada, como si súbitamente se hubiera sumergido en una profunda introspección. La pausa podía durar más de un minuto. A veces resultaba incómodo y obligaba a darle un pie para que continuara, recurso que no siempre lograba su cometido. De esta manera, era complicado mantener un diálogo fluído con Daniel; nuestras conversaciones, recordadas desde ahora eran bastante insólitas: yo me empeñaba en buscar las palabras y las frases correctas hasta caer en la petulancia; él describiendo imágenes, figuras y gestualidades estrafalarias; con sus repentinos y silenciosos trances.
A medida que lo fui conociendo terminé familiarizándome con su manera de hablar, captando sus códigos, disfrutando de su agudo sentido del humor. Aprendí a valorar toda esa extravagancia, el producto de una mente creativa e inteligente.
Estas características peculiares hacían que algunos lo consideraran "anormal", que dudaran de su sano juicio. Así de profundo piensan algunas personas "normales"... ponen una etiqueta que descalifica y continúan con sus apasionantes vidas "normales".
Si Daniel se salía de lo “normal” era, en todo caso, por ser un verdadro artista que estaba consagrado a su vocación. Tenía una enorme capacidad de trabajar y producir, era profesor del conservatorio, daba clases particulares de guitarra, se la pasaba haciendo arreglos de obras propias y originales, llevaba adelante proyectos artísticos ambiciosos. ¿Cuántas personas “normales” podían mostrarse tan sanamente prolíficos y vigorosos, tan apasionados por la actividad artística, tan creativos y estudiosos?
Daniel era, en todo caso, un tanto excéntrico y punto. Un artista auténtico y excelente"
Mariano
Payaso de las palabras
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