miércoles, 31 de diciembre de 2008
Etica Ricotera (en ficción literaria)
"...Asi me encontraba a comienzos de los noventa, en la ciudad de La Plata, con un bajo electrico que dominaba con mínima destreza, y el deseo de armar un trío de rock.
Aquí se ponían en juego muchas fantasías. Aunque en sus comienzos, dicha aventura podía involucrar el deseo de tener éxito, pronto abandoné esa ilusión mundana y la reemplacé por una concepción del rock como un vehículo de la manifestación estética de los deseos, un lenguaje con el que dar rienda suelta a la creatividad. No era la fama lo que me atraía sino la posibilidad de expresar cosas a través de ese género popular, que no exigía necesariamente un elevado virtuosismo, que combinaba letras y música, que tenía un efecto exorcisante, una manifestación de la vida que se me antojaba cercano a la libertad.
Sabía que una banda de rock eventualmente debería lidiar con los medios masivos. Pero en esa materia, la ética ricotera predominaba. Los redondos eran una banda cuya historia había vuelto a instituir valores que hicieron mella en parte de la juventud de la época: la autogestión, la no adaptación a la lógica de los medios masivos, una poesía que sugería mensajes libertarios, etc. Eran una banda que nos “bajaba línea”, aunque no lo hiciera literalmente. Constituía un fenómeno que apelaba a la autenticidad, el no prostituirse ante el “star sistem”, el hacerse “desde abajo”, etc. Ellos habían recorrido un camino, habían logrado éxito y prestigio. Dos atributos que pocas veces se encuentran juntos.
Quienes escuchábamos su música éramos permeables a esa densidad “ética”, a esa senda honrosa marcada por la legendaria historia de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Quizás éramos ingenuos, ya que Los Redondos eran un caso excepcional, que habían sabido crecer en un momento justo, irrepetible. Ninguna banda lograría cierto éxito guardando la conducta intachable que expresaba la exigente escala de valores ricotera.
Además, los redondos eran una banda de rock cuya obra musical-poética-mística, tenía la fortuna de llegar al corazón, producir un hechizo colectivo en los que los escuchábamos. Sus discos se convertían en objeto de culto y los temas inmediatamente ganaban la categoría de clásicos. La críptica e inteligente poesía del Indio Solari se prestaba a miles de interpretaciones y estaba llena de frases poderosas. Un recital de los redondos era un ritual del que participaban miles de incondicionales “inocentes en remera” (en términos que Ricardo Mollo adoptaría), causaba una literal invasión de las ciudades en que se realizaban. Una especie de “aluvión zoológico” de ricoteros ganaban las calles, bebían cerveza y vino en cajita, fumaban porros, meaban en la vía pública. En fin, se trataba del terror e indignación de las ancianas y la gente respetable. El show tenía algo de fiesta orgiástica, de embriaguez de los sentidos, de anulación de la individualidad para actuar según los caprichos de una masa descontrolada. Temas como “Ji, ji , ji” causaban lo que el propio Solari llamaría sin exagerar “el pogo mas grande del mundo”
El fenómeno ricotero era también fuente de prejuicios, intolerancias, propias de una “concepción futbolera” del rock. Los más acérrimos ricoteros despreciaban y odiaban a otras bandas como Soda Stereo. Se producían escisiones entre gustos y seguidores; barreras infranqueables; enemistades irreconciliables.
Con ingenuidad de colegial, por un tiempo me dejé seducir por ese imaginario picotero Quizás eso estrechaba mi sensibilidad y reprimía mi apertura a otras propuestas roqueras.
Por fortuna, con el paso del tiempo, mi cabeza se volvió menos prejuiciosa y le dió la bienvenida a una pluralidad de estéticas musicales; además mis principios éticos se hicieron más flexibles, adoptando cierto pragmatismo. Eso que algunos llaman “madurar” y otros llaman “transar”..."