miércoles, 4 de febrero de 2009

Abbey Road de los Beatles (ficción)


Un relato que cuenta la experiencia de una banda argentina que toca en vivo el disco Abbey Road. Disco que no fue tocado en vivo por sus creadores.

"...Existían en Argentina bandas que hacían “covers” de los Beatles. Pero la mayoría se dedicaba a tocar una serie de hits, lugares comunes de la obra de la legendaria banda. Nosotros por el contrario nos habíamos concentrado en un disco en particular, que no estaba exento de complejidades.
Unas semanas antes de tocar preparamos un afiche que consistía en un dibujo de los cuatro de Liverpool que habíamos sacado de un conocido libro de ilustraciones inspiradas en las letras del grupo y la leyenda “Abbey Road por el grupo Alquimia” (así nos llamábamos por decisión de Daniel, que había tomado el nombre de una agrupación de la que había formado parte en los setenta, llegando a grabar un LP para la companía CBS)
Pegamos varios carteles en el centro, informamos a algunas radios, al diario local. Confiábamos suscitar el interés de los entendidos. Quien nos fuera a ver, debía conocer el disco que íbamos a interpretar, o al menos tener una referencia del mismo. Nuestra pretensión era ambiciosa. Gran parte de la población tendría un conocimiento de la obra de los Beatles, de ellos habría una porción que les gustaba el grupo (principalmente las canciones más conocidas). Nosotros confiábamos en atraer a aquella reducida cantidad de personas que, conociendo la obra, sentiría curiosidad por escuchar Abbey Road en manos de un grupo desconocido, estuviera dispuesta a asistir al recital y pagar por ello.

La Gran Noche llegó. Habíamos contratado un sonidista conocido de Daniel, que había traído equipos acordes con el tamaño del lugar, que no podía albergar más de cien personas. Había mesas para los que llegaran más temprano, y espacio para bastante gente parada.
Armamos el escenario desde las ocho a las nueve menos cuarto. Enseguida probamos sonido. Es impresionante como cambia la percepción de todo cuando se pasa de tocar en un ensayo a hacerlo con la amplificación de un sistema de sonido. Todos los instrumentos y las voces ganan una dimensión distinta y potente. Cuesta un poco adaptarse a la experiencia del escenario.
Una vez que todo estaba listo, decidimos sentarnos en una mesa y comer una pizza, esperando el arribo del público.
A eso de las diez cayó una pareja que promediaba los cuarenta años. Después cayo Cintia (que se avino a concurrir después de una leve resistencia, quizás motivada por la intriga en conocer porqué yo ponía tanto empeño en esta empresa). Trajo con ella unas amigas. Me acerqué a saludarlas. Cintia me dio un beso frío, insistiendo con su actitud desaprobadora.
Mis amigos del secundario llegaron y ocuparon una mesa. Se comportaban bulliciosamente. Así fue cayendo gente de todos lados. Quizás el hecho de que el boliche estuviera en el circuito nocturno ayudó a que asistieran algunos habitués. El show estaba anunciado para las once pero se retrasó porque seguía llegando gente. Once y media subimos al escenario. Nos encontrábamos ante unas sesenta personas de todas las edades: familias, parejas de jóvenes, grupos de amigos de más de cincuenta años de edad, estudiantes de música: de todo
No pronunciamos ninguna palabra preliminar. El palillo del baterista contó cuatro y arrancamos con la potente base de “Come Toghether”. Se oyeron aplausos desde distintos lados: la magia beatle comenzó a hacer mella en el público. Tocamos sin pausa todos los temas del disco que salían uno atrás de otros con la seguridad que se adquiere en el estudio y el ensayo (con una mínima cantidad de errores). Los ruegos gritados de “Oh Darling”estuvieron a cargo del certero falsete de Daniel, luego vino la alegría primaveral de “Here Comes the Sun” . Al terminar el delicado arreglo coral de “Because”, la luz se cortó y escuchamos, junto al “uuuuh” que expresaba la decepción de la gente, aplausos en la oscuridad. Pasó un minuto y los aplausos fueron ganando un ritmo como reclamando la continuidad del show. Los que estábamos sobre el escenario nos quedamos quietos y tratamos de divisar las acciones de los que manejaban el boliche. La oscuridad le dio un toque de suspenso a la noche. Se oían silbidos de impaciencia y con el marco de la luz de luna que entraba por las ventanas se podían ver las inquietas figuras de quienes trataban de solucionar el imprevisto. De repente sentí un fuerte golpe en la cabeza. Amparado en la oscuridad, algún psicópata infiltrado había aprovechado la ocasión para arrojar una botella que me golpeó la cabeza. No me dolió tanto el golpe. En seguida sentí una tibia gota de sangre caer por mi frente. La fiesta Beatle se había convertido para mí en un feroz show de punk. Puteando por la imposibilidad de detectar al autor del atentado, bajé del escenario para solicitar asistencia por parte de los que manejaban el bar. Una moza comprendió inmediatamente mi situación y hurgó debajo del mostrador de donde extrajo gasa, un cicatrizante y un pomo de “la gotita”. A la luz de una vela que ardía sobre el mostrador se las arregló para esterilizar la herida que, según mi improvisada enfermera, no alcanzaba un centímetro de largo. Una vez detenida la hemorragia, con asombrosa destreza cerró la herida con el pegamento. “Ya está” dijo. Volví a mi lugar en el escenario un tanto perplejo por lo absurdo de la situación, pero sin desmoralizarme.
Arbitrariamente, como se había ido, la luz regresó. La gente manifestó de diversas maneras un gran entusiasmo. Esto nos dio mayor confianza; la preocupación por ser precisos y afinados del comienzo del show se fue transformando en un goce algo narcisista. Probamos que todos los instrumentos sonaran y acometimos sin interrupción la sucesión de temas enganchados que partían de “You never give me your Money”: la calma austera de “Sun King”, un par de rocanroles(“Polytheme Pan” y “She Came in trough the batroom Window”), la belleza orquestal de “Golden Slumbers”en la que yo debía arreglármelas para cantar respetando los cambios de intensidad y matices del tema.
El recital se ajustó con fidelidad al orden, las formas y arreglos del disco original. En la recta final estuvieron los solos de batería y guitarra que terminarían en el coralmente conclusivo “The end”.
La sensación de estar tocando esos temas clásicos y sentir que el publico los disfrutaba me producía una carga emotiva, la sensación de sentirme parte del linaje de músicos que honrarían la obra maravillosa de los Beatles, de repetir un ritual atávico (hacer música frente al público), de cumplir la tarea después de sortear los desafíos que había presentado, de cantar (con el efecto liberador que produce esta acción). Se sucedían síntomas de la profundidad emocional que me embargaba: “piel de gallina”, corazón acelerado, sudor, euforia. En el final de la tarea, se recogió un fruto preciado: el aplauso y los gestos de aprobación del público. La mayoría de los sentados en las mesas se paró para aplaudir.
Una mujer mayor que estaba sentada en una mesa cercana al escenario y había venido con un chico de unos diez años se acercó a mi con lágrimas en los ojos “Gracias” me dijo “no saben lo que significa para mi haberlos escuchado con mi nieto”. Ahí comprendí que quizás habíamos llegado a tocar esa huella emotiva que deja la música de los Beatles, especialmente en los que vivieron su juventud escuchándola, habiendo sido contemporáneos de aquel fenómeno de la música popular que había conmovido a occidente, inspirado emprendimientos roqueros en nuestro país, otorgando sentido a muchos jóvenes.
Uno puede cuestionar el fenómeno por foráneo, por haber sido potenciado por la industria cultural y por lo tanto haber sido mediado por grandes negocios. Pero la belleza de las composiciones y arreglos (que no eran puestos en duda por un músico “académico” como Daniel), la catarsis de placer que se produce entre el músico y el publico, el efecto de reactivar la memoria de un pasado que atesoraba fuertes significados para muchos de los oyentes, etc, justificaban con creces nuestra aventura artística.

Como suele pasar con las empresas roqueras a esta reducida escala, el balance económico resulto negativo. No ganamos ni siquiera dinero suficiente para pagarle al sonidista. Daniel se hizo cargo de los gastos e incluso nos ofreció dinero de su bolsillo a modo de compensación que yo de ninguna manera acepté. Para mí, la gesta de Daniel había consistido una experiencia enriquecedora y placentera. Siempre me sentí afortunado de haber sido elegido para ser parte de ella..."

Mariano

Clown de las palabras